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03/05/2022

LA ESCASEZ DE LA INVERSIÓN EXTRANJERA DIRECTA DEBILITA LA POSIBILIDAD DE EXPORTAR

En la Argentina solo 60 empresas hacen envíos al exterior por más de US$100 millones cada año; la participación nacional en el comercio global disminuyó en las últimas dos décadas




 

La Argentina es una economía con persistente desacople internacional. Lo exhibe su errática performance en materia de comercio internacional (especialmente si -como es recomendable- se analizan ciclos más largos que apenas un par de años).

Así, la participación de las exportaciones argentinas en el total mundial (aun habiéndose elevado en 2021, especialmente como efecto de los mayores precios de los productos agrícolas) es muy inferior a la que tenía cuando comenzó el siglo: es de poco más del 0,31% en 2021 (en 2020 había descendido a 0,29%) mientras era de 0,40% cuando empezó el actual siglo.

Pero, más allá de lo antes referido, una más elocuente manera de exhibir el desacople externo se observa al descubrirse el notable descenso en materia de participación argentina en el stock de inversión extranjera directa (IED) en el planeta.

En el mundo el stock de IED actual supera los 41 billones de dólares. Ese stock ha crecido en lo transcurrido del siglo XXI y -específicamente- en los últimos diez años se duplicó. Debe decirse que en el mundo los flujos anuales de IED se han desacelerado en los últimos años (los datos de 2021, sin embargo, muestran una buena recuperación en relación a los ejercicios previos), pero lo relevante -al efecto- es analizar el creciente stock acumulado (y no el flujo anual) porque éste es fuente de evolución cualitativa constante de la economía.

La competitividad exterior depende crecientemente de la capacidad tecnológica. Y en esto no solo importan las empresas sino especialmente las empresas internacionales

Pues ocurre que en el mismo lapso la Argentina muestra una performance bien diferente y la relación entre el stock de IED operando en nuestro país con el total mundial desciende de manera notable. En la Argentina, según el último informe de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (Unctad), el stock de IED ronda los 85.000 millones de dólares y se mantiene en el mismo nivel que hace diez años.

Así, analizando datos varios reflejados por Unctad, mientras que en el año 2000 el acervo de IED operando en la Argentina representaba 0,916% del total mundial, ya en 2010 esa participación de la Argentina en el total planetario había descendido a 0,431%; y en la última comparación, en 2020, la referida participación de nuestro país en el total planetario descendió a 0,206%.

Más aún, si esa relación se efectúa comparado el stock de IED en la Argentina con el total en Latinoamérica, se advierte que la Argentina desciende desde un porcentaje en el total regional de 19,95% en el año 2000, pasando ya a un 5,52% en 2010, llegando hasta apenas 3,83% en 2020.

Todo ello es causa de debilitamiento competitivo general. Pero en particular (y sin perjuicio de otros efectos) lo referido tiene alta incidencia en el comercio exterior. En primer lugar, por el consecuente desacople tecnológico argentino en relación a la economía planetaria que lo mencionado supone. Conviene tomar nota de que según Eurostat está en manos de las (grandes) empresas alrededor de 2/3 del total de inversión en investigación y desarrollo en los países más avanzados (y solo el resto se divide entre gobierno, ONG y sistema educativo).

La competitividad exterior depende crecientemente de la capacidad tecnológica. Y en esto no solo importan las empresas sino especialmente las empresas internacionales.

Adicionalmente, la escasez de inversión externa reduce la dimensión de las empresas con envergadura internacional. Y no es casual que en Argentina solo unas 60 empresas exportan más de US$100 millones de por año (por ende, si hubiese mayor cantidad de grandes empresas habría mejores y mayores actores en esta materia).

A su vez, es útil acudir a un trabajo de hace algunos meses del Banco Central Europeo que explica que la participación de empresas multinacionales en el comercio exterior (competitividad externa) es muy mayor que la que tienen en la producción en general en cada país (y mayor que la que tienen las empresas domésticas). La inversión extranjera impacta en la capacidad comercial de inserción externa.

Camino al exterior

Ahora bien, hay un perjuicio adicional de este fenómeno que ocurre en Argentina, muchas veces no percibido: según explica un reciente documento de la OMC, las grandes empresas se transforman en motores de cadenas de valor internas en las que se incentivan las llamadas exportaciones –indirectas- de empresas locales o domésticas. Sostiene el organismo que en el planeta el 45% del total de exportaciones pueden computarse como exportaciones –indirectas- (con valor anterior generado por empresas domésticas que -sin embargo- completan su camino exterior a través de empresas internacionales más grandes que concretan las operaciones externas).

Ello es propio de la nueva economía basada preeminentemente en el capital intelectual o intangible, en la que las empresas internacionalizadas elevan la capacidad exterior de un país o una región. Sostiene Jonathan Knowles que 70% del valor en la nueva economía está logrado a partir de intangibles (algo propio del salto tecnológico mundial).

 Las empresas internacionales, por ende, además de desarrollar sus propios negocios, actúan como soporte de otras (domésticas) permitiendo el salto competitivo en base a la aplicación del conocimiento productivo y comercial, la organización y el management en alianzas virtuosas, y la generación de relaciones (John Kay las llamó –arquitecturas-) innovativas.

No es casual, pues, que en el último índice de innovaciones publicado por The Global Economy se muestra a la Argentina (comparada con 132 países en el planeta) apenas en el lugar 73. En ese índice, además, comparando solo los países de nuestra región, la Argentina aparece apenas en el octavo lugar.

Padecemos, por ende, un desacople con la economía internacional, que se manifiesta a través de un atraso tecnológico, que genera una afección en la capacidad competitiva comercial externa.

Se trata de una falencia sistémica que deberá considerarse como requisito de mejora para alentar una sostenible alza en nuestra capacidad exterior.

 

Fuente: Marcelo Elizondo - LA NACION